La
verdad es que no me sentía mal, tampoco me sentía muy bien la verdad, me sentía
de una forma tan ligera y extraña, quería que Ádam me sacara de ahí, puede que
solo hubieran pasado 10 minutos o 10 horas.
-¡Ádam!-grité.
Me
sentí muy liberada pero pronto empecé a pensar en Gabriel.
-Gabriel-susurré.
Era
realmente el nombre de mis sueños, siempre soñé con un chico que se llamara
Gabriel, de pequeña cuando no era más que una cría conocí a un niño llamado
Gabriel.
El
parecido entre ellos era demasiada coincidencia, era tan realmente extraño, en
esos momentos, cuando me quedaba sola me dedicaba a filosofar sobre la vida,
pero en verdad en estos momentos solo me apetecía, ni siquiera sabía lo que me
apetecía, puede ser que volver a mi mundo o ver películas en la tele,
despertarme a las 14:05 de la tarde y dormirme a las 4:35 de la madrugada,
despertarme y quedarme en la cama viendo la tele, puede ser que las pequeñas
muestras de cariño de mi madre, todas las curiosidades que me contaba mi
hermano, las tardes en el cine con mis amigos, las vistas a la playa con una
bolsa de dulces pica pica de distintas formas y sabores, un sobrecito de Peta
Zeta, unos gusanitos y una pequeña botella de Fanta naranja con mi padre,
pasarme todo el día encerrada en la habitación viendo la tele o tocando la
guitarra e incluso dibujando 4 o 5 horas hasta terminar mis obras de arte, todo
el mundo me felicitaba, recuerdo que odiaba enseñar mis dibujos a mi hermano
porque siempre le he visto como algo inalcanzable, como el santo grial de… De
todo, el día que me vi absorbida en este mundo estaba enfadada con toda mi
familia, estaba enfadada con una amiga mía y encima estaba enfadada conmigo
misma.
A mí
siempre me dicen… Bueno ahora no me acuerdo de lo que me dicen sobre los
enfados la cosa es que ese día estaba enfadada y lo único que me hacía feliz
era pensar en Ádam, ahora todo era diferente, en ese momento ni se me hubiera
planteado quedarme encerrada en una bola de cristal, ahora pensar en Ádam me
dolía y pensar en Gabriel también, ahora para estar feliz pensaba en cosas de
mi vida, quiero decir de cuando estaba en la tierra, antes de entrar por esa
horrible puerta.
-Salut-oí.
Me
giré bruscamente, era la señora de los “agandanos”
-hola-
dije.
-Mon petit ¿Qué
te pasa?
“Pgoblemas amogosos”, se te nota en la “caga” -.
-Algo
parecido-respondí.
La
pequeña señora era realmente bajita y regordeta, su pequeña nariz respingona y
su dulce sonrisa me hacían sentir bien, su pelo era dorado y estaba recogido en
un gran moño con una cinta roja, olía a pastel, su dulce aroma era tan
reconfortante, con dificultad se sentó a mi lado y me miró como si esperara que
le contara algo.
La
miré y empecé.
-Hace
más o menos 15 días me gustaba un chico que se llamaba Ádam pero de repente me
vi inmersa en este mundo…-la historia se alargó como 2 horas y la señora me miraba
con sus brillantes ojos chocolate mientras asentía o comentaba palabra en
francés como idiot, a
veces algún effronté pero lo que sonaba cada dos por tres eran los “oh
la la’’ o los “cette belle”- …Y bueno ahora ya no sé qué hacer-
terminé.
La verdad no entendía muy bien lo que decía cuando
hablaba en francés.
-Mon petit esto lo “supegagás”, yo te animo mi
“queguida pego pgimego tendgás” que “elegig”- dijo triunfal.
Después de horas hablando la amable señora llamada
Ida se despidió con un gesto de mano y una bonita sonrisa.
Me quedé pensando y después de mucho pensar grité.
-¡Te amo!-.
Aunque no sabía todavía para quien iba y seguí.
-¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo!-paré pensé y de repente
sentí una pesadez en mi mientras susurraba mi último- te amo…-.